Si por un momento decidiéramos bajarnos de este tren esquizofrénico del capitalismo, el egoísmo, la productividad… Posiblemente tendríamos tiempo para estar con nosotros mismos.
Resultaría casi un milagro, entre tantas actividades, series, recetas para ser felices, tutoriales, tablas de ejercicios para esculpir nuestros cuerpos, etc., en tiempos de confinamiento, encontrar un momento para habitarnos por dentro. En qué nos hemos convertido si tanto trabajo nos cuesta pararnos un minuto en silencio a mirarnos…
Sentado frente a frente conmigo, me pregunto «enmimismado» qué habita en mi interior, qué sentimientos genera mi mirada en mí. ¿Veo acaso un cómplice en el viaje? También pudiera ser que vea un enemigo, el pariente pobre de la duda, un animal perdido, un artificio… Tal vez me dé miedo a mí mismo y no quiero reconocerme o tal vez sienta añoranza al descubrir que después de tanto tiempo encuentro una mirada extraña, irreconocible, ficticia, ajena, desconocida… Por el contrario, también pudiera ser que viera un rostro amigo y que encontrara en mí la calma, el descanso, el agua del oasis…
En estos tiempos que corren me miro fijamente a los ojos, me reconozco, me veo, me observo. Escucho en el silencio las voces de lo que soy, y por un momento me olvido de lo que he hecho, de lo que hago y de lo que haré, porque pongo en el centro ahora el verbo SER.
Quizás sea el momento de pararnos, de buscarnos, de encontrarnos y empezar a diseñar de nuevo, entre todos y todas, una sociedad que sepa pararse, una sociedad que se escuche, que se mire en el espejo cada cierto tiempo para descubrir en el reflejo si el camino que siguen sus pasos le están llevando a la imagen más cercana de lo que añora ser.
Quizás sea el momento de huir del escenario, por si se cae el telón, huir de lo falsario y de maquillajes de ocasión.
Quizás sea el momento de SER.
Por David López Mejuto.